Hace 63 años nacía el Instituto Di Tella, un fenómeno cultural de vanguardia
Todavía hoy es sinónimo de vanguardia, provocación y escándalos. Se fundó en 1958 y fue una experiencia cultural que cambió para siempre la percepción de los fenómenos artísticos en la Argentina.
El Instituto Torcuato Di Tella (ITDT), conocido como “el Di Tella”, fue una experiencia artística sin precedentes que marcó la vida cultural del Buenos Aires de la década del sesenta, durante su existencia, pero también después, ya que fue el semillero de grandes artistas argentinos.
Fue creado por los hermanos Guido y Torcuato S. Di Tella en homenaje a su padre, el ingeniero y fundador de la empresa argentina SIAM Di Tella, Torcuato Di Tella, el 22 de julio de 1958, en el décimo aniversario de su muerte.
“El Di Tella fue producto de la expansión de SIAM Di Tella al campo de la cultura; primero con una colección de arte única en Argentina, dirigida por el historiador italiano Lenonello Venturi, que luego, en la búsqueda de un lugar para alojarla, terminó por dar forma a la creación de un instituto, inspirado en algunas fundaciones norteamericanas de la época”, cuenta el periodista y magíster en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano Fernando García, autor del libro El Di Tella. Historia íntima de un fenómeno cultural, en diálogo con el Ministerio de Cultura.
El ITDT se creó con la misión de impulsar el estudio y la investigación de alto nivel, con una idea de modernización de la producción artística y cultural del país. Su primer director fue el ingeniero Enrique Oteiza.
Marta Minujín y Rubén Santantonin en el ingreso de La Menesunda. Registro fotográfico de La Menesunda mayo de 1965 Instituto Torcuato Di Tella. (Archivo Marta Minujin.)
Estaba financiado por la Fundación Torcuato Di Tella (fundada el mismo día que el ITDT) y con el apoyo de organismos nacionales y extranjeros, como las fundaciones Rockefeller y Ford. “En ese sentido el Di Tella fue muy novedoso porque tenía un mecenazgo que no venía de la clase de la oligarquía terrateniente, sino de la burguesía industrial, de una familia de inmigrantes italianos, lo cual, sociológicamente fue un cambio de paradigma”, explica García.
“En el medio, están las décadas peronistas, que elevaron muchísimo el consumo y el ascenso de las capas medias; entonces 1960 ya estaba listo como para que el Di Tella, al abrir sus puertas, recibiera a una nueva generación de artistas que no venían tampoco, salvo excepciones, del patriciado, sino que eran todos hijos de inmigrantes también y de diversos lugares de Buenos Aires y del país”, agrega el autor de El Di Tella.
Las actividades se hacían en un ambiente plural, a través de diferentes centros de investigación. En 1960 empezaron las actividades del Centro de Investigaciones Económicas (CIE), en 1963, las del Centro de Investigaciones Sociales (CIS). También, en 1963, abrió la sede del Instituto en la calle Florida 963 –conocida como la “Manzana loca”–, donde funcionaba el Centro de Experimentación Audiovisual (CEA), a cargo de Roberto Villanueva; el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales (CLAEM), a cargo de Alberto Ginastera, y el mítico Centro de Artes Visuales (CAV), dirigido por el crítico cultural Jorge Romero Brest.
Sinónimo de vanguardia y provocación, el CAV fue el centro que le dio la verdadera fama al Instituto Di Tella. Fue el lugar donde se dieron a conocer el neofigurativismo y, sobre todo, el arte pop. El CAV fue una experiencia artística que cambió el panorama cultural de Argentina. Además, fue un “semillero” de artistas que luego tuvieron reconocimiento nacional e internacional. Entre ellos y ellas figuran: Marta Minujín, Dalila Puzzovio, Antonio Berni, Jorge de la Vega, Juan Carlos Distéfano, León Ferrari, Gyula Kosice, Julio Le Parc, Luis Wells, Rubén Santantonín, Marilú Marini, Nacha Guevara y Les Luthiers.
“El Di Tella no tuvo ningún tipo de institución similar, no solo en Latinoamérica sino quizás en el mundo, siendo una institución privada que dejaba que la vanguardia del momento se desarrollara bajo su marco, eso es una característica muy única”, destaca García.
A fines de los años sesenta, los centros artísticos cerraran sus puertas, entre ellos el CAV, ya que las actividades del ITDT se dificultaban por la censura de la dictadura de Juan Carlos Onganía.
“La dinámica de la misma época hace que el Di Tella tenga su principio y su final en los sesenta, más allá de los rigores de la censura de la ultracatólica derecha de Onganía –dice García– El cierre fue una decisión casi personal de Guido Di Tella y el board (junta) de la empresa, porque el Instituto ya daba pérdida. Además el arte ya había cambiado demasiado, se había vuelto demasiado radical y el Instituto ya no podía contenerlo, tendrían que haber hecho un cambio absoluto de la institución, como querían Oteiza y Romero Brest”.
Rómulo Macció.
A pesar del cierre la parte artística, el ITDT mantiene sus centros de investigación social, que continúan sus actividades hasta la actualidad.
“Lo que cierra es la parte de arte, que no tenía ninguna posibilidad de existir en los setenta: por un lado por el clima político, no solo del poder sino también de la militancia revolucionaria que arrastró al arte en su remolino; y también por la diáspora, porque los mejores artistas que produjo el Di Tella ya se habían ido para el 1970 para distintos lugares de Europa y Estados Unidos. Si bien tuvieron la suerte de no ser echados por la Triple A, de alguna manera intuyeron lo que se iba a venir y se fueron porque ya era demasiado difícil vivir en Buenos Aires siendo simplemente un artista desprejuiciado, que elegía cómo habitar la ciudad de una manera distinta a lo que estaba impuesto”, analiza García.